José Albuccó, académico de la Universidad Católica Silva Henríquez
Ya se cumplirá dos años desde que el Gobierno de Chile anunciara el regreso de la Formación Ciudadana a través de un Plan a las aulas escolares, en todos los niveles de enseñanza. Hoy, mirando con distancia este hito, es preciso reflexionar el rol fundamental de todos los actores educativos en el desarrollo del concepto de Ciudadanía.
En 1998, por segunda vez en el siglo XX, desapareció la “Educación Cívica” como asignatura independiente, pero en ese momento se incorpora el concepto de “Formación Ciudadana” a lo largo de todo el curriculum escolar como objetivo transversal. Junto con ello, la falta de apropiación de esta temática transversal por parte de los pedagogos; la inexistencia de una preparación para promoverla en las carreras de pedagogía; las diferencias de formación en la materia en cada espacio educativo y el creciente distanciamiento de los jóvenes respecto de su rol como ciudadanos, son factores que han impactado en el compromiso cívico y participación política.
La desafección ciudadana ha escalado también en el mundo adulto. Así, muchas personas suelen opinar del acontecer nacional desde sus propios espacios de comodidad, ya sea intelectuales, profesionales o económicos, o incluso desde las redes sociales, pero sin involucrarse en los procesos que permitirían activar los cambios.
Nos han tratado de convencer que esta desafección se resuelve con planes y métodos de educación. Donde los responsables de esta aversión ciudadana serían los docentes, por su incapacidad para revertirla. Escasamente se reflexiona sobre la necesaria coherencia entre el actuar ciudadano y el devenir democrático.
Mínimas veces se abordan las complejidades culturales, históricas y contextuales en los procesos educativos de niños, jóvenes y adultos. Cada una de estas realidades las miramos y enseñamos fragmentadas, fragmentando, a su vez, a los ciudadanos y a las comunidades, sin propiciar el trabajo colaborativo y el diálogo intercultural.
El camino de la fragmentación nos ha llevado a estar cada día unos más lejos de otros. Si no reconozco quien soy, ni valoro la construcción cultural y el patrimonio vivo de mi país, difícilmente voy a desear vivir en éste, cuidarlo y aportar a su desarrollo social y cultural. Me convertiré en consumidor, en vez de ciudadano, donde todo es desechable, cortoplacista y utilitario.
En contraposición, la Formación Ciudadana o un desafío mayor la “Educación Ciudadana” nos invita y desafía a fomentar en los estudiantes el ejercicio de una ciudadanía crítica, responsable, respetuosa, abierta y creativa que valore la diversidad social y cultural del país.
En este contexto, el Patrimonio Cultural y Artístico de Chile, desde el reconocimiento y respeto por lo propio y lo ajeno, la aceptación de la diversidad y el cambio, la apropiación simbólica y la identificación a partir de los bienes culturales, permite el reconocimiento de un sentido de pertenencia comunitario, la transferencia de ciertas convenciones y representaciones simbólicas de lo colectivo y su resignificación en la memoria proyectiva de nuestro país.